jueves, 29 de junio de 2017

Capítulo 23: Mi pesadilla hecha realidad

*Laura*
Tras dos días en el hospital, por fin podía volver a casa con mi bebé. No podía quejarme, me habían mimado muchísimo entre los chicos, las chicas, mi padre y mis tíos que habían venido a verme, mi abuela que adoró a su bisnieto tras el primer vistazo y mi rubio. No me había dejado ni un solo segundo, siempre atento a nuestro hijo y a mí.
Al terminar de recoger todas las cosas de la habitación, me giré hacia Dani que miraba embobado a nuestro bebé.
-Y yo que pensaba que sólo era por Sara que te quedabas embelesado-reí.
-Sara me enamoró, además, la ayudamos a nacer, era obvio que me sentiría ligado a ella-le dio un beso a nuestro pequeño en su cabecita y se acercó a mí-. Pero tú acabas de enamorarme aún más. Es el mejor regalo que podrías haberme hecho, pequeña, te amo.
-El regalo es mutuo, solo conmigo él no habría podido crearse-le acaricié la espalda a Rubén-. Yo también te amo.
Me dio un beso en los labios, pero tuvimos que separarnos cuando el pequeño se quejó. Reí, a partir de ese momento tendríamos poco tiempo para mimarnos. Mi padre tocó en la puerta y le sonreí, Dani me pasó a nuestro bebé y entre él y mi padre cogieron los regalos y mis cosas y las de Rubén. Íbamos a subir al ascensor, pero me detuve de golpe y miré a Dani que me miraba curioso.
-No puedo salir de aquí sin pasar a ver a los chicos-murmuré.
-Sabía que lo dirías, por eso les avisé y están esperándonos-me sonrió.
Abrí los ojos mucho por la sorpresa y le di un beso antes de subir en el ascensor. Mi padre me miraba divertido, pero enseguida su mirada se enterneció cuando su nieto giró la cara hacia él. Apenas abría los ojos aún y estaba ansiosa por ver de qué color serían. Lo mecí un poco y bajamos en la planta de traumatología. Apenas había gente por los pasillos por lo que nos fue más fácil movernos hasta la habitación.
Dani tocó en la puerta y me la abrió para que entrara yo primero. Le sonreí y me asomé antes de entrar por completo.
-¿Se puede?
Los cuatro nos miraron sorprendidos, pero enseguida Isa vino a quitarme a Rubén de los brazos. Reí y dejé que lo achuchara, al fin y al cabo yo había hecho lo mismo con su hija.
-¿Qué haces aquí?-Preguntó Blas mientras le abrazaba.
-No podía irme sin venir a veros-le sonreí y me acerqué a Álvaro-. ¿Cómo seguís?
-Mucho mejor-me respondió el moreno-. Ya estoy deseando poder volver a casa, echo de menos a mi hijo.
-Y yo al terremoto que es la mía-rió Blas-. Además, las enfermeras ya no son tan simpáticas y esta cama no es nada cómoda.
-No para de quejarse en todo el día-se burló Isa-. Quejica.
-Calla y pásame a mi sobrino-estiró los brazos hacia ella, mi amiga le sacó la lengua y le dejó a mi bebé-. Me recuerda tanto a Sara cuando nació-sonrió y lo meció-. Clara tiene razón, es un angelito.
-Es perfecto, pero no podría haber sido de otro modo porque quien lo ha traído al mundo es mi pequeña-Dani me abrazó y me dio un beso en la cabeza.
-Desde que te has vuelto padre no paras de lanzar azúcar por la boca, tío, me estás asustando-rió Álvaro.
-No se puede ser dulce con vosotros-se hizo el ofendido.
-Ven y dame un besito, cari, que yo sí te dejo ser dulce conmigo-Blas le puso morritos y todos reímos.
Rubén se quejó y comenzó a llorar.
-Creo que se ha asustado-me acerqué para poder cogerlo-. Ya, cariño.
-Adiós a mi turno-Álvaro puso un puchero-. En cuanto esté en casa no pienso soltar a Pablo para nada.
-Nosotros tenemos que irnos ya-dijo Dani-. Mañana paso a veros, petardos.
Me despedí de los cuatro con besos en las mejillas y salimos al pasillo, donde mi padre nos esperaba. Volvimos a subir al ascensor y salimos del hospital. Me monté detrás después de poner a Rubén en la sillita para el coche y mi padre y Dani guardaban las cosas en el maletero.
El viaje hasta casa fue tranquilo, el bebé durmió durante todo el camino y, al llegar a casa, nos encontramos una sorpresa. Mis tíos, mi abuela y los padres y la hermana de Dani nos habían preparado una sorpresa.
Después de besos y abrazos, dejé a Noelia sentada en el sofá con Rubén en brazos y fui a la cocina a por un vaso de agua.
-Raquel dice que ellos vendrán mañana, que querían dejarnos privacidad con la familia-comentó Dani entrando detrás de mí-. Como si ellos no fueran parte de nuestra familia.
-Esta chica es idiota-negué con la cabeza-. Por fin en casa.
-Y con nuestro pequeño-me abrazó-. No me canso de agradecerte el regalo tan grande que me has dado, pequeña.
-Y yo vuelvo a repetirte que es parte tuya también-le señalé-. Estoy deseando ver de qué color son sus ojos, pero no quiere dejarse ver.
-Aún es pronto y quizá quiera esperar a estar con nosotros a solas-me dio un beso en la frente-. Me encanta que quieran estar con nosotros, pero creo que ya es hora de que nos dejen descansar.
-Un ratito más-le besé en la barbilla.
-¡Laura!
-¡Voy!
Le di un beso corto a Dani en los labios y fui hacia el salón, para ver qué quería Noelia.
-¿Qué pasa?-me acerqué a mi cuñada.
-Tu primo me ha robado al bebé-señaló a Jesús con el ceño fruncido.
No pude evitar reír, porque parecía una niña pequeña y mi primo aún peor ya que le sacó la lengua. Me giré hacia Jesús y crucé los brazos.
-Eres un maleducado, llegas tarde y encima ni saludas-lo acusé.
-He venido a ver a mi sobrino, a ti ya te tengo muy vista-se encogió de hombros.
-Eres idiota-rodé los ojos-. Hola, Alejandra.
-Tú bebé es precioso-me abrazó y yo reí abrazándola de vuelta.
-Gracias.
-Noe, nos vamos-me giré a ver a mi suegra-. Estáis agotados y querréis descansar.
-Un rato más no hace daño a nadie-le sonreí.
-Dani se está quedando dormido de pie-rió-. No te preocupes, antes de irnos a Alcalá pasaremos por aquí.
-Gracias por todo-la abracé.
-Gracias a ti por nuestro nieto-el padre de Dani me abrazó-. Y por cuidar de nuestro hijo.
Le sonreí sonrojada y me dejé abrazar por mi cuñada.
-Odio a tu primo-refunfuñó.
-Entonces puedes aliarte con Isa, ella tampoco le tiene mucho aprecio-bromeé.
-¿Me dejarías estar en la próxima quedada de chicas?-Abrió los ojos mucho.
-Noelia…-La riñó su madre.
-Puedes venir a pasar unos días mientras sigas de vacaciones-le sonreí.
-De eso nada-intervino Dani-, me niego rotundamente.
-Por fa, Dani, puedo ayudar a Lau con Rubén y de paso pasar un rato con las chicas y los bebés-puso pucheros-. Quiero conocer a Sara…
-Ya veremos-frunció el ceño.
-Yo lo convenzo-le guiñé un ojo y ella sonrió contenta.
Mis tíos también me abrazaron y se despidieron, mi abuela no quería irse, pero estaba agotada y necesitaba descansar, mi padre los acompañó, todos se quedaban en el mismo hotel y habían hecho muchas migas para alivio de Dani y mío.
Después de cerrar la puerta, me di cuenta de que mi primo seguía sentado en el sofá con mi hijo entre sus brazos y Alejandra a su lado haciéndole mimos.
-No va a haber manera en la que consigamos que nos dé a Rubén, ¿verdad?-Dani puso una mueca.
-Me temo que no-lo abracé-. Voy a la ducha antes de que pida su segunda toma, ¿te haces cargo tú?
-Claro-me sonrió y me besó en la frente-. Vamos a ver, parejita, si queréis achuchar a un bebé, ya es hora de que os pongáis a buscar los vuestros propios.
Negué con la cabeza, aguantando las risas y fui a darme una ducha de apenas cinco minutos, debía comenzar a aprender a ducharme rápido para atender a mi bebé.
Al salir, ya no se escuchaba nada, me asomé al salón cepillándome el pelo con los dedos y me lo encontré vacío, fui hasta mi habitación y allí encontré a Dani cambiando a Rubén.
-Al final te has salido con la tuya-me eché en el marco de la puerta.
-Qué va, se fueron avergonzados por el rumbo que tomó la conversación-rió-. Mi pequeño está listo para su toma.
-Ven con mami, cariño-Dani esperó a que me acomodara en la cama para darme al bebé-. ¿Qué rumbo tomó la conversación?
-Les dije que podían pedirnos consejo a Carlos, Álvaro o a mí si querían un niño o a Blas si preferían una niña, que nosotros encantados les damos los trucos-se burló-. Aunque creo que lo que peor puso a Jesús fue cuando le recordé que se desmayó en el hospital en cuanto supo que estabas lista para dar a luz.
-Ya no me acordaba-reí-. Debo recordárselo para reírme yo también de él.
Reímos y, después de darle su toma a mi bebé, nos acostamos. Caímos rendidos los dos, aunque nos despertamos a tiempo para las tomas del pequeño.
A la mañana siguiente, después de desayunar y de darle el primer baño a  Rubén, Dani se fue hacia el hospital para ver a los chicos, por lo que me quedé sola en casa. Estaba en la cocina cuando escuché a mi bebé llorar.
-Voy, cariño-empecé a hablarle para que escuchara mi voz y se tranquilizara.
Pero fui yo la que se tensó, me quedé estática en el quicio de la puerta viendo hacia el interior de mi habitación.
-Vaya, parece que te has quedado muda-se burló meciendo a mi hijo entre sus brazos.
-¿C-cómo has entrado?-Balbuceé dando un paso hacia dentro.
-No te acerques, puede que haga un mal movimiento y no queremos que tu hermoso bebé caiga al suelo ¿verdad?-Apreté la mandíbula y me quedé quieta muy a mi pesar-. Así me gusta. He entrado con la copia de la llave que aún guardo, Dani es tan despistado.
-Se la robaste-jadeé.
-Él me la dio cuando estuve aquí con él, se le olvidó pedírmela y yo no quise devolvérsela-sonrió de forma escalofriante-. Es tan bello su bebé que quisiera llevármelo.
-No.
-Eres tú la que no debiste quedarte embarazada nunca, la que debió quedarse en su estúpido pueblo y no salir nunca, Dani es mío-me señaló y temí por mi bebé-. Yo debí casarme con él.
-Diana, por favor, deja al bebé-supliqué.
-¿Tienes miedo de que le haga algo a tu pequeño engendro?-Rió-. Quizás se lo haga, es tan tierno que cualquier cosita le haría mal.
-Por favor…
-Adoro tanto tus súplicas para que no maltrate a tu bebé-bajó un poco a Rubén y yo di un paso estirando mis brazos-. Alto ahí, querida.
-¿Qué es lo que quieres?-Apreté los puños a mis costados.
Ella sonrió de lado y miró a mi pequeño, suspiré derrotada, si no le daba lo que quería, al final le haría daño a Rubén y eso era lo último que quería en el mundo.
-Está bien-llamé su atención-. Tú ganas.
-¿Tan fácil?-Me miró escéptica.
-¿No quieres a Dani?-Señalé.
-Pero él quiere a su bebé-meció a mi hijo.
-Pero el bebé es un estorbo para una pareja que va a comenzar, los novios que están empezando necesitan estar tranquilos y tener tiempo para ellos-hablé despacio, atrapando su atención.
-Sí, tienes razón-se acercó a mí y se inclinó, como si fuera a contarme un secreto-. Por eso ayudé a Silvia a provocar el accidente que tuvieron Álvaro y Blas.
Jadeé horrorizada y un nudo se instaló en mi garganta, acababa de confesarme que era cómplice del supuesto accidente de los chicos. Tragué saliva con dificultad y me enfoqué en Diana, no estaba bien, su mente estaba enferma y me daba miedo de verdad.
-¿Tú me vas a ayudar?-La miré fijamente por varios segundos y terminé asintiendo-. Entonces seremos amigas.
-Claro que sí, yo voy a ayudarte-abrí los ojos más de la cuenta cuando me extendió a Rubén, lo tomé rápidamente y lo apreté contra mi pecho, suspirando con alivio cuando Diana dio varios pasos hacia atrás.
Al escuchar la puerta, se irguió tensa y su mirada se volvió escalofriante. Apreté a mi bebé aún más y corrí llamando a Dani.
-¿Qué pasa?-Preguntó alcanzándome al final del pasillo.
-Es Diana, está en la habitación y tenía al bebé-sollocé.
Solo le hizo falta un gesto para que David y Carlos fueran con él, Raquel y Clara se quedaron conmigo, en la esquina contraria por si acaso. Después de gritos, ruidos fuertes y maldiciones de todas clases, Diana salió agarrada de los brazos por Dani y David.
-Dijiste que me ibas a ayudar-me acusó.
Me volví hacia Raquel y le pedí que sostuviera a Rubén antes de acercarme un poco a ella.
-Y te voy a ayudar-me miró esperanzada-. Pienso ayudar a que te encierren porque estás enferma, tú y Silvia vais a acabar muy mal por todo lo que habéis hecho.
-La policía viene en camino-avisó Carlos guardando su teléfono-. No van a tardar nada.
Y fue cierto, en menos de diez minutos, dos agentes llegaron y esposaron a Diana antes de que la metieran en el coche, uno se quedó haciendo guardia y el otro nos pidió que contáramos lo ocurrido. Por supuesto no me callé la confesión que me había hecho la bruja un rato antes.
Luego nos quedamos los seis bastante callados, cada uno asimilando a su manera lo que había ocurrido y yo deseé con todas mis fuerzas que Silvia no apareciera pronto, al menos no para hacernos más daño.

lunes, 12 de junio de 2017

Capítulo 22: No me mires así.

Clara
Habían transcurrido más de tres horas desde que Laura había tenido a Rubén, el pequeño angelito, porque era lo que parecía ese pequeño muñequito.
Carlos y yo habíamos vuelto a casa, con nuestro enano, que no dejaba de revolverse de un lado a otro en el trasportín en el que lo teníamos mientras hacíamos otras cosas.
Javi comenzó a llorar con fuerza mientras Carlos intentaba hacer de comer algo que no fuera pasta, y yo me duchaba. Desde la ducha pude oír a rubio salir corriendo de la cocina hacia el salón, y, al momento, comenzar a cantar una nana en un tono dulce y tranquilizador.
Carlos cantaba muy pocas veces de esa forma, solo cuando la melodía iba dirigida a nuestro pequeño, pero a pesar de lo poco que lo escuchaba cantar así, lo adoraba, me gustaba cada nota que daba, cada subida o bajada de voz.
Me vestí deprisa, sin hacer ruido para no dejar de oír la nana de Carlos.
Bajé las escaleras despacio, sin dar los zapatazos que suelo dar, mi marido siempre me dice que parezco un caballo, pero a pesar de ello, a nuestro hijo no le molesta, y creo que si dejara de hacer el ruido que hago se quejarían ambos.
Me senté en el último escalón y apoyé los codos en mis rodillas para poder sujetarme la cabeza con las manos mientras me embobaba con mi rubio.
Carlos mecía a Javier mientras cantaba una nana que, en muy escasas ocasiones entonaba, esta decía algo así como que le protegería siempre, a pesar de todo.
Mi marido colocó a nuestro pequeño, dormido, en el transportín, y se giró hacia mí, con una media sonrisa.
-¿Qué pasa?- me preguntó en voz baja.
Me encogí de hombros para posteriormente, levantarme a la par que me estiraba.
Carlos avanzó hacia mí y me rodeó la cintura con los brazos pegando su cuerpo al mío, haciendo que unas estúpida mariposas despertasen en mi estómago, que mi piel se pusiera de gallina y que, seguramente, mis pupilas se dilatasen, porque a pesar del tiempo que llevábamos juntos, incluso después de haber tenido un hijo, él continuaba provocando eso en mí.
Lo miré a los ojos más tierna que de costumbre, perdiéndome en ese color miel que tanto me gustaba.
-¿Por qué me miras así?- preguntó con la voz melosa, demasiado para como somos nosotros, pero en ese momento no me molestó, puede que lo que acabábamos de vivir me hiciera necesitar un poco de dulzura.
Me volví a encoger de hombros y Carlos sonrió de lado antes de besarme.
Un olor a quemado me alertó de que mi marido había olvidado que estaba cocinando.
-Cariño.- Dije sobre sus labios.- Creo que estabas preparando la comida, ¿no?, ¿o, tal vez habrá que pedir una pizza?
Carlos palideció, antes de salir corriendo hacia la cocina.
-¡Mierda!- gritó y pude oír como caían objetos al suelo, además de que salía humo negro de la cocina.
 Mi pobre Carlos, ¡qué desastre que era en la cocina!, menos mal que sabía hacer otras cosas en la vida, porque desde luego que si tuviera que trabajar en una cocina estaba en la calle en menos de una hora.
Me senté en el sofá y me estiré hasta la mesilla, abrí el primer cajón y saqué el número de la pizzería, después cogí el teléfono de la mesilla y marqué, por suerte o desgracia no era la primera vez que llamaba para que nos trajeran una pizza por un problema en la cocina, así que sabía perfectamente la pizza que debía pedir, bueno, yo, y la chica del otro lado de la línea, ya nos tendrían que haber hecho VIP's, después de haber llamado en tantas ocasiones...
Tras pedir la pizza, solté el teléfono y el número donde estaban en un principio y me asomé al trasportín de mi pequeño, que estaba profundamente dormido, con su chupete verde en la boca, a pesar de la insistencia de Carlos a que nuestro pequeño adquiriese predilección por el color amarillo, como él, Javi demostró casi en sus primeros días de vida, que adoraba el color verde. Nuestro enano siempre se iba con su tío o tía que iba vestido o vestida de ese color, cuando gateaba lo hacía hacia los objetos verdes, y a nuestro pobre pájaro, lo tenía amargado por ser de ese color, Carlos había construido una pajarera para el exterior y había comprado una pareja para el pájaro, así al menos no estaba solo, ahora el problema era el ruido.
Me levanté del sofá y caminé hacia la cocina, sin ganas, ya que sabía el desastre que me encontraría al traspasar la puerta. La última vez, Carlos había quemado los espaguetis, ¿cómo se pueden quemar los espaguetis?, y estaban todos esparcidos por el suelo, junto a la olla y la salsa de nata, que no era blanca, sino verde, a saber qué demonios le echó, aún estamos quitando las manchas.
-¿Qué tal vas?- pregunté asomándome.
Al otro lado de la puerta, encontré a un Carlos frustrado, con toda la ropa de color rojo, el horno abierto, y lo que creo que pretendía ser una lasaña o unos canelones, negros, ya en la bolsa de la basura.
-¿Cómo puedo ser tan malo cocinando?- exclamó exasperado.
-No se puede saber ni tener todo.- Le respondí elevando una ceja y acercándome, evitando pisar los restos de algo asqueroso y pringoso por el suelo... Seguramente pretenderá escaquearse de limpiar el desastre.
Me acerqué hasta él y le acaricié el hombro, antes de coger el mantel para la mesa, los vasos y un cuchillo.
Salí deprisa de la cocina, antes de que pudiera hablar, sabía perfectamente que intentaría que yo limpiase su desastre, y eso no iba a suceder. no esa vez.
Puse la mesa deprisa y mi marido salió con una mueca de desagrado, de la cocina.
-Voy a ducharme.- Masculló, posteriormente, subió las escaleras de mala uva y yo contuve la risa, Carlos era como un niño con una rabieta.
Llamaron a la puerta, acudí con el dinero, no sin antes comprobar que mi bebé continuaba dormido, y, como así era, abrí, entregué el dinero, me dieron la pizza, y la coloqué en la mesa.
Me senté a esperar a Carlos, mientras miraba el Whatsapp, los chicos estaban muy calladitos, ya era hora de que alguien los espabilase.
Clara: Holaaa!!
Raquel: Buenas!
Clara: Solo estamos conectadas nosotras?, que muermo de gente que no habla.¬¬
David: Bueno, ya somos 3!!!
Clara: Ya solo faltan 7 jaja
Raquel: Pues espera sentada, Lau no se va a conectar, está aún aquí con el bebé, Dani está con ella babeando, Álvaro, la última vez que lo vi, roncaba, Blas tres cuartos de lo mismo, mi hermana está en su casa, con Sara, descansando, así que ya tenemos a 3 roncando...
David: 4, Ainhoa se fue a descansar tmb.
Clara: Menuda panda de perezosos!!
Raquel: Y Carlos?
Clara: Duchándose, la ha liado otra vez en la cocina.
David: jajajajajajajaja quién es tonto lo será siempre.
Dani: Jajaja, ah por cierto, yo no babeo.
Isa: Y yo no ronco >.<
Clara: Eso se lo preguntaremos a Blas cuando deje de sobar, a ver si es verdad.
Raquel: jajajaja Cómo está Rubén??
Dani: Comiendo.
Raquel: Cuando acabe me avisas, que voy a subir a achucharlo un rato!
Dani: Laura y él necesitan descansar, otro día, adióss
Raquel: Si venga, capullo, yo voy a subir te guste o no, ese bebé va a saber quién es la mejor de todas sus titas, te guste o no ;P
David: Esa boca cariño jaja
Unas manos comenzaron a masajearme la espalda, haciéndome salir de la conversación de Whatsapp para volver a una realidad en la que estaba mi maravilloso marido conmigo.
-No se cómo me soportas.- Me dijo con un hilo de voz.
Agarré una de sus manos y la besé.
-Porque los dos somos igual de desastres, tal vez por eso nos llevamos tan bien.
Lo miré a los ojos y Carlos me besó.
-La pizza ya debe de estar fría.- Dijo.
-Yo me la voy a comer igual, tú haz lo que quieras.- Lo miré y sonreí de lado.
Carlos se sentó a mi lado y comimos entre bromas, risas y caricias.
Quitamos la mesa entre los dos y me senté junto a nuestro bebé, que continuaba profundamente dormido, pero, muy a su pesar, le tocaba comer.
Carlos preparó el potito de Javi, por suerte solo había que calentarlo, y yo, mientras tanto, desperté al pequeño.
Javi me miró con los ojos llorosos, antes de recordar que, efectivamente, era la hora de comer, entonces se puso de los nervios, se sujetó a mí con fuerza y casi se puso de pie.
-Hambre, mami.- Me dijo con esa vocecita tan tierna que me derretía.
-Papá está preparando la comida.
En eso, Carlos trajo un plato, un babero y una cuchara para que comiese.
Coloque a Javi en la silla para bebés y le dimos de comer entre los dos, mientras nuestro hijo se distraía con la tele.
-Podríamos ir a dar una vuelta por el barrio, hay un parque cerca, y una cafetería.- Sugirió Carlos cuando habíamos recogido todo.
-Me parece bien, casi nunca vamos los tres solos a ningún sitio.
Preparamos en carrito de Javo, con la mochila llena de pañanes limpios, toallitas, agua, comida, y cosas múltiples que llevamos los padres, como un chupete, algún juguete del niño por si acaso se aburre...
No tardamos demasiado en llegar a la cafetería a la que se refería Carlos, junto a un parque.
Lo primero que hicimos fue sacar a Javi del carro y, sujetándolo de las manos dejando que él andase solo, pasearlo por el parque, donde lo montamos en el tobogán, en los columpios... Además de hacerle un reportaje de fotos con nuestros móviles, todos los demás padres de por allí nos miraban divertidos, creo que se veía a la legua que éramos padres primerizos.
Una mujer joven, de unos cuantos años más que yo, cuyo pelo era negro, y sus ojos del mismo tono, y pequeños, se acercó, con un niño, de más o menos, la misma edad de Javi.
-Hola.- Saludó acompañado de una amable sonrisa.
-Hola.- Devolvimos el saludo nosotros.
-Sois nuevos por aquí, ¿me equivoco?
-Llevamos poco en el barrio.- Respondió Carlos por los dos.- Yo soy Carlos, ella es mi esposa, Clara, y nuestro hijo, Javier.
Javi saludó con la mano y después se medio escondió en mi pelo.
-Es un poco tímido.- Lo justifiqué, era la primera vez que Javi reaccionaba como lo acababa de hacer.
-Es normal, no nos conoce de nada.- Respondió la mujer simpática.- Yo soy Elsa, mi marido es aquél de allí.- Dijo señalando a la cafetería, había un hombre con una enorme barriga, sentado justo donde señalaba.- Damian, y este es nuestro peque, Héctor.
Héctor saludó como Javi, y se refugió en su madre.
-Me alegro de conocer, al fin, a una pareja joven.- Dijo.
-Bueno, nosotros no nos hemos mudado solos.- Carlos sonrió tras decir esas palabras.- Otras parejas de más o menos nuestra edad se han mudado también, con niños.
-¡Me alegro mucho!, no sabéis lo que es ser la única de por aquí con menos de treinta.
Solté una carcajada, sin querer, a lo que Elsa me miró interrogante.
-No te preocupes, que somos bastantes.- Respondió Carlos por los dos.
Elsa nos invitó a sentarnos con su marido y ella, y como Javi estaba algo exhausto, no nos opusimos.
Su marido era unos cuantos años mayor que ella, era un buen hombre, gracioso y trabajador, que había quedado viudo hacía unos seis años, con un hijo, de ahora esa edad.
-Ya nos veremos.- Dije antes de marcharnos, con nuestro pequeño dormido.
-Eso espero.- Dijo Damian.
Carlos y yo volvimos a casa, mientras yo bañaba a Javi, Carlos volvía a intentar cocinar, esta vez sin problemas, le dimos de comer a Javi, y después cenamos, un pollo un poco duro, pero comestible.
Carlos llevó a nuestro pequeño a su cuna, mientras yo acababa de recoger las cosas, entonces volví a oírle cantarle a Javi esa hermosa nana, en ese tono que tanto me gustaba.
Subí las escaleras y me asomé.
Vi a Carlos mecer a Javi y cantar, este era mi pequeño trocito de cielo. Cerré los ojos tratando de grabar esta escena en mi cabeza, para poder tenerla ahí siempre, para poder recurrir a ella siempre que lo necesitara. Sabía que en ella encontraría paz.
Carlos dejó de cantar y dejó a Javier en su cuna, me miró y ladeó la cabeza.
-No me mires así.- Me susurró.
-¿Por qué?- pregunté confusa.
-Porque si me miras así no podré evitar acercarme a ti, besarte, acariciar tu piel y amarte, porque cuando me miras así siento que no ha pasado el tiempo, que esta es la primera vez que te veo, porque nada ha cambiado, te quiero, te quise entonces y te amaré hasta el final, y esa mirada tuya me hace perderme en ella, y te digo todo esto, a pesar de que se que odias las cosas pastelosas.
Me acerqué a mi marido y le besé, para después, en nuestra habitación perdernos el uno en el otro.

martes, 6 de junio de 2017

Capítulo 21: Mis chicos

*Laura*
Me encontraba en el sofá de casa, sentada sin poderme mover apenas, mi tripa ya estaba enorme y hacía un rato que no sentía a Rubén, seguramente se había quedado dormido o había encontrado su postura y me dejaría descansar un rato.
Una sonrisa apareció en mi cara al recordar el día que conocí a los chicos gracias a mi pequeña Isa, era una chica tan abierta y sociable, tan diferente a mí que nos completábamos a la perfección. A pesar de que adoraba a Clara, Raquel y Ainhoa, Isa era mi otra mitad.
Suspiré porque me sentía mal por ella, yo era la que siempre se venía abajo por lo más mínimo y ella siempre ha sido mi pilar, ese soporte que no me ha dejado caer en los años que hacía que nos habíamos hecho amigas… Ahora ella no podía contar conmigo, pero le mandaba toda mi fuerza y ánimo desde el sofá de mi casa. Ojalá todo acabara pronto y los chicos pudieran salir pronto del hospital.
Me removí buscando una mejor postura para mi cintura observando a mi ahijada jugar con Alejandra a las muñecas y sonreí, pronto Sara podría volver a abrazar y exigirle a su papi que hiciera lo que ella desea.
-¿Necesitas algo?-Preguntó Alejandra desde el suelo.
-No, gracias-le sonreí-. Parece que mi futbolista ha decidido parar a descansar.
Ambas reímos y Sara llamó nuestra atención, no le gustaba que dejáramos de hacerle caso y, desde el accidente, la teníamos más mimada de lo acostumbrado. Solo esperaba que Isa no se molestara demasiado, nosotras no habíamos podido evitarlo.
Escuchamos la puerta y me giré como pude para ver a mi primo entrar. Me dio un beso en la cabeza y uno en los labios a su chica, después tuvo que coger a Sara en brazos por petición expresa de la pequeña.
-¿Cómo están?-preguntamos las dos a la vez.
-Han despertado-sonrió-. Están estables, solo que algo aturdidos y adoloridos, pero están bien.
-Qué alivio-Alejandra se llevó una mano al pecho.
-Y que lo digas-suspiré acariciándome la tripa.
-¿Se está moviendo?-Preguntó mi primo sentándose a mi lado.
-No, hoy está muy relajado-le sonreí y apoyé mi cabeza en su hombro-. Es una gran noticia el que hayan despertado, ya estaban haciéndose de rogar demasiado.
-Y que lo digas-dijo Jesús-. Tendrías que haber visto las caras de las chicas y los chicos, todos a punto de llorar, aunque alguno que otro sí que ha soltado una lagrimita, yo he resistido porque soy un macho.
-Un súper macho-se burló Alejandra y mi primo la fulminó con la mirada.
Escuchamos a los pequeños llorar, así que me levanté con ayuda de Alejandra y ambas fuimos a ver qué les pasaba a los bebés. Había que cambiarles el pañal, así que Alejandra se hizo cargo de su sobrino y yo lo hice de Javier que, al ser mayor, podía manejarlo mejor aunque era un poco inquieto y se movía cada vez que me descuidaba y después soltaba una risa.
-¿Crees que puedan salir pronto?-me preguntó terminando de abrocharle el pañal a Pablo.
-Depende de lo rápido que se repongan, pero tengo la corazonada de que sí-suspiré cogiendo a Javier en brazos-. Me mata el tener que estar aquí y no poder verlos.
-Sois muy apegados-me sonrió.
-La verdad es que sí, los conozco desde hace bastante ya y los cinco son mis chicos, aunque esté perdidamente enamorada solo de uno-reí y ella conmigo.
-Pobres niños, echan en falta a sus padres aunque no puedan decirlo-meció al pequeño hasta que volvió a dormirse.
-En eso tienes razón, son demasiado pequeños para vivir lo que les ha tocado-miré al rubio y rocé mi nariz con la suya, haciendo que volviera a reír y se agitara.
-Se te dan genial los niños-rió.
-Me gustan mucho, siempre he querido ser profesora de educación infantil por lo mismo-le sonreí.
-¡Chicas!-Gritó Jesús alarmándonos.
Salimos rápidamente hasta el salón para encontrarnos a mi primo tirado en el suelo con Sara, mientras la miraba con los ojos muy abiertos y una expresión de sorpresa en la cara.
-¿Qué?, ¿qué ha pasado?-Preguntamos las dos a la vez.
-Sara, repítelo, por favor-le suplicó a la niña.
-Tío -dijo ella risueña y yo cerré los ojos para no matar a mi primo.
-Cariño, no sé si lo recuerdas, pero estamos con dos bebés de cinco meses y tres semanas y que tu prima está de casi nueve meses, así que si no quieres asistir a tu prima aquí mismo mientras los niños lloran alrededor, cuida tu forma de decir las cosas-le riñó.
-Jo, lo siento, pero es que me ha hecho ilusión-puso un puchero.
Negué con la cabeza divertida y volví a sentarme en el sofá pero esta vez con Javier en mis brazos. Alejandra fue a dejar a Pablo en la cunita que habíamos comprado para mi bebé que estaba en mi habitación y volvió con el moisés para poner a Javier ahí y que el jugara con su sonajero.
Al cabo de un rato, mi primo y su chica fueron a la cocina para empezar a preparar la comida cuando todo ocurrió.
Comenzó como un pinchazo en el vientre, algo que casi consigue cortarme la respiración, pero que al cabo de unos segundos consiguió robármela. Mi pequeño futbolista había estado demasiado tranquilo aquel día como para ser verdad.
Apreté los dientes y me incliné todo lo que pude hacia delante, intentando coger aire en pequeñas bocanadas.
-¿Anina?-Sara apoyó su manita en mi rodilla y me miró con su carita ladeada.
-Llama… a…-gemí y apreté los dientes, estaba a punto de comenzar a llorar-Jesús.
-¿Sú?-Preguntó.
-Sí, cariño, llama a -volví a apretar los dientes intentando coger aire y mi ahijada comenzó a llorar-. No…
-¿Qué pasa?-Jesús salió de la cocina y se quedó parado a mitad de camino cuando me vio-. ¡Alejandra!
-¿Qué?
Ella abrió los ojos mucho y soltó el trapo que tenía en las manos, corrió hacia mi habitación y salió con un bolso con las cosas de Rubén. Se lo tendió a mi primo y me ayudó a levantarme con mucho esfuerzo. El tarado de Jesús ni siquiera pestañeaba.
-¡Oye!-Reaccionó ante el grito de su novia-. Necesito que lleves a tu prima al hospital y que estés cuerdo para ella, ¿de acuerdo?
Él asintió y me ayudó a salir y a subirme al coche, yo me limité a coger aire y soltarlo despacio, pero me temía que el dolor no estaba remitiendo ni un poco.
Al llegar al hospital todo fue muy rápido y en apenas unos minutos me encontraba con una bata de quirófano puesta y caminando por los pasillos de la planta de maternidad. Sí. Mi bebé estaba en camino pero yo no había dilatado lo suficiente como para que pudieran prepararme para el parto. Jesús se mantenía a mi lado y me hacía de apoyo, pero sabía que estaba demasiado asustado.
Tanto que ni siquiera se había acordado de avisar a Dani, tampoco había traído nuestros móviles y nos encontrábamos en el mismo hospital, dos plantas por encima.
-Prima, necesito que me esperes aquí, voy a entrar al baño, ¿vale?
Asentí y me apoyé en la pared, al lado de unas sillas en mitad del pasillo. Vi a Jesús doblar la esquina y comencé a andar hacia los ascensores que se encontraban a unos tres metros de mí. Tuve la buena suerte de que algunas personas iban a bajarse en esa misma planta, por lo que subí y le di al botón 2. Los que estaban allí dentro me miraron raro, pero me daba igual, necesitaba avisar al padre de mi hijo.
Me bajé en la segunda planta y miré a ambos lados, sonreí al ver a Carlos en una de las máquinas sacando algo. A pasos cortos y lentos, llegué hasta él y le acaricié el brazo, haciendo que se sobresaltara.
-Tranquilo rubio, solo soy yo-me burlé. Hacía unos cinco minutos que el dolor había remitido y solo me quedaban unas molestias, tal vez solo era una falsa alarma.
-¿Laura?-me miró con los ojos muy abiertos de arriba hacia abajo-, es decir, ¿rubia?, o sea, ¿qué haces aquí?
-Tengo que avisar a Dani, creo que el bebé ya quiere nacer-arrugué la nariz ante otro principio de dolor-. Ayúdame, por favor.
-Claro.
Me sujetó por la cintura y me apoyé en su costado para caminar por el pasillo y llegar hasta donde se encontraba el resto. Suerte que la habitación de los chicos –a ambos los habían puesto en la misma habitación- se encontraba al principio del pasillo, habría sido un verdadero suplicio caminar mucho más.
-¿Qué haces tú aquí?-Dani corrió a mi encuentro y yo lo abracé como pude.
-He venido a buscarte aprovechando que las enfermeras me han mandado a caminar para poder prepararme para tu hijo, que creo que ya quiere nacer-expliqué.
-¿Por qué no habéis llamado?-Preguntó Isa- No habrás sido tan petarda de venirte tú sola.
-Alejandra se ha quedado consolando a Sara que no paraba de llorar y Jesús está tan asustado que creo que no se acuerda ni de su nombre, lo dejé entrando al baño, por eso he bajado-me encogí de hombros-. Me fío más de mí en este momento que de él.
-Vamos arriba-dijo Dani.
-Espera, no tengo dolores, las contracciones son imperceptibles y tengo muchas ganas de ver a los chicos-puse un puchero.
-A Álvaro se lo han llevado a hacerle una radiografía y a Blas están haciéndole un TAC-Ainhoa puso una mueca-. Lo siento.
-Bueno…-puse un puchero.
Todos se quedaron mirándome y me sonrojé violentamente, seguro que no tenía las mejores pintas, pero… Una nueva contracción. Y otra le siguió antes de los cinco minutos. Porras, había pasado de los diez minutos a los tres sin darme apenas cuenta.
Rubén, podrías haberme avisado, cariño.
-¿Qué sientes?-Preguntó Clara.
-Muchas ganas de empujar-apreté los dientes.
-¡Corre!-Exclamó Isa.
Y el resto fue un borrón. Dani me llevó en brazos con ayuda de David y llegamos a maternidad antes de lo que canta un gallo. Allí las enfermeras se movilizaron muy rápido y me revisaron solo para confirmar lo que ya sabía, el bebé estaba apunto de salir.
Un golpe llamó mi atención, fruncí el ceño escuchando a Dani y David carcajearse de lo lindo, mi primo había escuchado a la enfermera desde la puerta de la habitación y se había caído en redondo al suelo.
Vaya sangre tenía. Si no fuera por la situación, también yo estaría burlándome de él, pero no era el momento idóneo, esperaba acordarme más tarde, cuando todo hubiese acabado, y darle la brasa como tanto había hecho él en nuestra adolescencia.
Creo que fueron cuatro horas o quizás seis, perdí la noción del tiempo tras el primer grito de la ginecóloga de turno para que empujara con fuerza. Esperaba que Dani no quisiera tocar la guitarra pronto porque de tanto apretón que le di en la mano de un esguince o una tendinitis, mínimo, no iba a librarse.
Me encontraba relajada en la cama de la habitación que me habían designado solo para mí, Dani lo pidió para que pudiéramos estar tranquilos, con lo que había montado abajo con los periodistas por el accidente de los chicos, solo nos hacía falta que también quisieran agobiarnos por el nacimiento de mi pequeño.
-Aquí está el bebé-anunció una enfermera menuda entrando con mi niño en brazos-. Está perfecto y pronto te pedirá la primera toma.
-Gracias-le sonreí sosteniendo a mi hijo en brazos.
Me sonrió y salió silenciosamente de la habitación, cerrando la puerta para darnos privacidad. Dani se sentó a mi lado y le dio un beso en la frente al bebé.
-Es el mejor regalo que podrías haberme hecho, te amo pequeña-me dio un pequeño beso en los labios con cuidado de no aplastar a Rubén.
-Sin ti él no habría sido posible, te amo-le sonreí y miré a mi pequeño-. Es tan perfecto.
-Y tiene tu nariz-le dio con el dedo índice y él se encogió haciéndonos reír-. Hola, pequeño, bienvenido al mundo.
Lo miré enternecida hasta que tocaron la puerta para después abrirla y pasar. David venía acompañando a mi primo que se veía bastante avergonzado. Tras ellos venían Raquel, Carlos y Clara.
-Dios mío-exclamó Raquel.
-Laura, no me lo puedo creer-Clara vino a abrazarme con cuidado y me miró emocionada-. No voy a llorar, pero te voy a decir algo-asentí para que continuara-. Te ves increíble de mamá, no me lo puedo creer.
Volvió a abrazarme y luego lo hizo Raquel, pidiéndome coger a mi pequeño y no dudé en dárselo, pero Dani se adelantó.
-Hey-se quejó ella.
-No voy a permitir que cojáis a mi hijo antes que yo-les sacó la lengua y sostuvo a Rubén cerca de él-. Tus tíos están todos locos, pequeño, así que no te fíes de ellos y procura hacerte tus cosas cuando te tengan en brazos.
-Qué idiota eres-rió Carlos-. Enhorabuena, rubia, es precioso.
Me dio un beso en la frente y yo le dediqué una gran sonrisa.
Al final mi pequeño pasó por los brazos de todos los que se encontraban allí hasta que empezaron a irse porque Rubén quería su toma y Dani exigió privacidad para nosotros. No pude evitar reír y él me miró curioso.
-Te burlabas de los chicos por lo mismo que estás haciendo tú-le di un beso cuando se acercó a mí.
-Ahora es cuando los entiendo, no puedo dejar de miraros sin creerme del todo que esta pequeña cosita viene de nosotros-le acarició la manita con su dedo-. Es tan pequeño pero a la vez tan grande que no me lo puedo creer aún.
-Yo tampoco-le sonreí.

Dani se encontraba meciendo al pequeño cuando volvieron a tocar la puerta y no pude evitar que una gran sonrisa partiera mi rostro en dos cuando descubrí de quiénes se trataban, mis chicos.

viernes, 2 de junio de 2017

Capítulo 20: Estaré contigo cuando despiertes, te lo juro.

Isa
Apreté la mano de Ainhoa mientras esperábamos a que alguno de nuestros chicos hiciera el amago de despertar, o al menos, que se movieran de una forma diferente, dando a entender que continuaban con nosotras, que estaban al tanto de nuestra presencia y que estaban intentando volver de su estado inconsciente.
-Estoy asustada.- Susurró Ainhoa con un hilo de voz que casi se le quebraba al hablar.
El corazón se me partió mientras comprendía que ella estaba tan asustada como yo, o incluso más, no digo que ella amara más a Álvaro de lo que yo a Blas, lo que comprendí fue que en ese momento en el que ella acababa de dar a luz a su bebé, necesitaba más que nunca el apoyo de su pareja, de ese pilar firme que esté ahí en todo momento. Yo pude tener a Blas cuando nació Sara, recuerdo que fue, y aún es, un padre ejemplar, siempre que podía me dejaba dormir a mí e iba él a consolar a nuestra pequeña. La pobre Ainhoa debía sentirse acongojada, con el corazón tan entumecido como yo, y con esas hormonas aún alteradas que tenemos todas las mujeres durante unos días tras el parto.
Abracé a mi amiga y le acaricié el pelo con delicadeza, tratando de consolarla, a pesar de que no había sabido lo que era consolar a alguien hasta que nació mi hija, supongo que eso es el instinto maternal.
-Todo saldrá bien.- Afirmé todo lo convincente y serena que pude, ambas necesitábamos esa seguridad ahora.- Deberías descansar.- Continué hablando tranquila.- Puedes irte a casa y descansar hasta mañana.- Ainhoa comenzó a negar con la cabeza y yo la detuve con suavidad.- Te prometo que si pasa algo, te avisaré, pero sabes que tengo razón, que necesitas dormir un poco en una cama cómoda, y que seguro que estás deseando ver a Pablo y achucharlo.
Ainhoa negó con la cabeza con los ojos empañados en lágrimas, sabía de sobra que se estaba viniendo abajo, y eso no podía pasar.
-Mírame.- Le pedí a la vez que la medio obligué a mirarme de nuevo girando su cabeza con mi mano.- Tú y yo sabemos que necesitas reponer fuerzas, estás muy débil.- Ainhoa suspiró con pesar.- ¿Qué será de Pablo si su madre se deja derrumbar?, ¿qué crees que hará el pobre bebé?, él no comprende por qué no está con su madre ahora, ni con su padre, solo sabe con certeza que está en una casa desconocida, sintiéndose solo y desprotegido, con esos días de vida lo único que nos hace sentir a salvo es la calidez de nuestra madre.- Acaricié el cabello de Ainhoa apartando un mechón rebelde de cabello que prometía volver a perturbar la limpia tez de Ainhoa.- Se fuerte, mantén la esperanza. Si no lo haces por ti, hazlo por vuestro hijo.
Pareció que esas últimas palabras llegaron a lo más profundo de mi amiga, porque, además de comenzar a llorar como una magdalena, me abrazó y balbuceó varias cosas que, imagino, que significaban que haría lo que le pedí.
Ainhoa estuvo un rato más a mi lado, hasta que logró calmarse, yo mantuve la compostura todo lo que pude, sabía que si me derrumbaba delante de mi amiga, ella se echaría para atrás y no se marcharía esta noche, y eso no era bueno. Ainhoa necesitaba descansar, tenía que hacerlo.
Una vez sola con los chicos, me levanté de la silla en la que descansaba y caminé casi tambaleándome hasta que llegué a la cama en la que reposaba mi marido, conectado a máquinas que lo mantenían sedado y daban constancia de que seguía con vida.
Una parte de mí tenía la certeza de que Blas iba a despertar, pero, a pesar de comprender las heridas que presentaba, a pesar de que sabía que estaba en manos de profesionales, lloré, lloré como una niña pequeña a la que acaban de arrebatarle lo que más quiere, lloré durante tanto que creo que ya no me quedaban más lágrimas.
Me sentí como una estúpida por llorar de esa forma, parecía una niñata, parecía no haber cambiado nada desde esa primera vez en la que nos encontramos Blas y yo en Londres, entonces sí que era estúpida, jamás comprenderé cómo se enamoró de mí.
Una mano calló torpemente sobre mi cabeza y se deslizó sobre mi cabello hasta descansar, de nuevo, en el colchón.
Levanté la cabeza del colchón, donde había estado sollozando como una loca hacía unos segundos para mirar la mano de mi esposo.
¿Podría haber sido fruto de mi imaginación?
Acaricié los dedos de la hinchada y algo amoratada mano de Blas mientras sorbía por la nariz y me relajaba, no quería que mi marido me viera como una cría llorona nada más abrir los ojos, aunque lo era.
-Mi amor, estoy aquí.- Le dije de forma apacible mientras, con la otra mano, le acariciaba su sedoso cabello.- Te quiero, mi vida, y estaré aquí cuando despiertes, te lo juro.
Tras esas palabras le di un beso en la frente y me quedé ahí, observando como mi marido descansaba y reponía fuerzas para despertar y volver a reunirse conmigo, con nuestra pequeña y con toda la familia.
No se bien cuándo sucedió, pero me dormí plácidamente, a pesar de no encontrarme en la mejor de las posturas para ello.
Buenos días, peque.
Abrí los ojos, me había parecido oír el sonido de la maravillosa voz de mi marido, pero no era así, solo había sido un sueño, era hora de volver a la realidad, aunque esa realidad ya no me asustaba, confiaba en la fortaleza de Blas, en sus ganas de despertar, al igual que en las de Álvaro por volver a coger a su pequeño y estar con Ainhoa.
Miré la hora, eran las ocho de la mañana, era la hora a la revisaban las constantes de los chicos, por suerte me había despertado antes de que el médico de guardia entrase.
-Buenos días.- Me saludó al entrar. Era una mujer mayor, de pelo teñido y oscuro, con las raíces blancas como la nieve, llevaba un vestido rojo bajo la bata de médico.- He venido a ver a cómo se encuentran.
Asentí y me aparté para que la doctora pudiera examinarlos.
Al cabo de unos minutos, la mujer sonrió y me hizo un gesto para que me acercase a hablar.
-Van mejorando, vamos a trasladarlos a planta en un par de horas.- Me dijo tras una larga explicación en la que me dio detalles del estado de mi marido y amigo.
Volví a sentarme junto a Blas y acaricié su mano.
-¿Has oído eso, amor?, os van a trasladar a planta, ya estáis mejor.
Por los cristales de la sala pude ver a Dani con Ainhoa y Clara.
-Ahora vuelvo.- Le dije a mi marido, como si pudiera oírme.
Me levante deprisa y salí de la sala, cerrando la puerta tras de mí.
-Buenos días.- Me saludó Carlos bajando su tono natural de voz.
Yo le correspondí el saludo.
-¿Cómo están?- preguntó Dani.
-Mejor, van a trasladarlos a planta en unas dos horas.- Expliqué.
La cara de Ainhoa denotaba un alivio tremendo, como las de mis amigos.
-Isa, pareces exhausta, deberías irte a casa y descansar un poco.- Me recomendó Dani antes de acariciarme la mejilla de forma fraternal.
Negué con la cabeza.
-No seas cabezona, lo necesitas.- Insistió Carlos.
-Chicos, os agradezco la preocupación, pero tengo la corazonada de que tengo que quedarme.- Dije.
-Yo sabía que dirías eso, y por ello me he tomado la libertad de traerte esto, espero que no te moleste.- Me dijo Ainhoa antes de entregarme una bolsa con ropa mía dentro.
-Muchas gracias.- Respondí con sinceridad.- No me molesta en absoluto, era justo lo que necesitaba.
Me disculpé con los chicos y me metí en uno de los baños de la planta, donde me asee y cambié de ropa rápidamente. Ainhoa me había traído unos baqueros de tela oscura, largos y ceñidos, y un top blanco simple, de mangas hasta los codos, también de murciélago, cosa que yo adoraba.
Me peiné un poco con un cepillo que siempre suelo llevar en el bolso y me recogí el pelo en una trenza de ramales.
Salí del baño pareciendo otra Isa.
Carlos me abordó en mitad del pasillo y me agarró del brazo haciéndome caminar en dirección contraria a los chicos.
-¿A dónde me llevas?- Pregunté.
-Supongo que no has comido desde ayer.- Respondió.- Te llevo a que no desfallezcas.
No me quedó más remedio que darle la razón y caminar con él hasta el restaurante del hospital. Era cierto que necesitaba comer algo.
Me serví un café solo para beber, y de comer un pitufo con aceite. Carlos cogió una palmera de chocolate, él ya había desayunado en casa, pero se le había antojado.
Nos sentamos algo alejados de todos, donde encontramos sitio.
Le miré y sonreí.
-¿Qué te hace tanta gracia?- preguntó con la boca llena, casi no le comprendí.
Me encogí de hombros.
-A pesar de todo, tú no has dejado de protegerme.- Confesé con una sonrisa.- Gracias.
-No tienes que darlas, pero, ¿a pesar de todo?, ¿a qué te refieres?
-Cuando nos conocimos yo era una niñata insolente, malcriada, jugué contigo sin pretenderlo, pero lo hice,- me detuve unos segundos- después de todo lo que sucedió no tenías motivos para ser mi amigo, o para tratarme como a una amiga, pero ahí estuviste, y aquí estás, día a día a mi lado, como un hermano, siempre tratando de protegerme de lo malo del mundo.
-Qué dramática, si que eres una niñata, porque aún lo eres.- Dijo y me guiñó un ojo antes de que yo le lanzase una bolita de pan.- Pero casi todos lo éramos, tú no jugaste conmigo más de lo que yo lo hice contigo.- Carlos hizo una pausa en la que me sonrió de forma tierna.- Siempre te he tratado como a una amiga porque eres una de mis mejores amigas, y si te protejo, es porque, es cierto que una parte de mí ha llegado a verte como a una hermanita pequeña.
Acabamos de comer y volvimos con los demás. Al cabo de las horas transportaron a los chicos a una habitación, tuvimos que mediar con algunos paparachis que no nos dejaban, llamé a Laura para ver cómo estaba mi hija mientras mis amigos lidiaban con los insoportables periodistas, si se los podía llamar así.
-Hola, ¿cómo estás?, ¿cómo están?, ¿has dormido bien?, ¿has comido algo?...
-Calma fiera.- Respondí cortándola y riendo.- Estoy bien, los chicos han mejorado y los han llevado a una habitación, he dormido medianamente bien, y ya he desayunado. ¿Cómo estáis por ahí?- pregunté volviendo a ponerme algo seria.
-Bien, aquí está todo en orden, aunque Chiqui no para quieto, y Sara no deja de preguntar por sus papis.
-Ponme con mi princesa, por favor.- Pedí casi de forma suplicante, como su mi hija fuera un oasis en medio del desierto que era estar en el hospital esperando a que su padre despertara.
-Hola mami.- Me habló mi pequeña al otro lado de la línea.
-Hola, princesa.- Dije sonriendo sin pensarlo si quiera.- ¿Cómo estás, cariño?
-Bien, manina y yo hemos hecho una festa de pijamas.- Me respondió hablando mejor de lo que solía hacer.
-¿Lo has pasado bien?
-Zi, quero mucho a manina, pero te echo de enenos, mami.- Me dijo con un hilito de voz, como si se fuera a echar a llorar.- Y a papi.- Y entonces la oí sorber por la nariz.
-Princesita, papá y yo también te echamos de menos.- Le dije tratando de no echarme a llorar, estaba demasiado sensible después de todo lo pasado.- Pero papá está un poco malito y estamos en el médico.- Preferí no mentir, sabía que, a pesar de ser un bebé, mi bebé era muy inteligente, y muy preguntona.
-¿Se va a oner bien?- preguntó con preocupación.
-Si, mi amor, no te preocupes.- Respondí.
Pasé casi veinte minutos al teléfono con mi hija y con Lau, después volví a la habitación, donde me senté junto a Blas.
Ainhoa estaba sentada con Álvaro, sujetando su mano entre las suyas.
Miré a Blas y acaricié su pelo con delicadeza.
-Amor, nuestra pequeña es la niña más inteligente que he visto nunca.- Dije y sonreí casi sin poder remediarlo, estaba hablando con alguien que tal vez no me oyera, pero, ¿y si, sí?, ¿y si mi voz le daba fuerzas para despertar?, esta mañana la doctora ordenó retirar los sedantes, cambiándolos por calmantes, comprobó hace poco que todo iba en orden, y exigió que cuando despertaran la avisásemos.- Y te quiere muchísimo, te echa de menos...- Hice una pausa.- Yo también te echo de menos.
Apoyé la cabeza en su pecho sin hacer fuerza, porque sabía que podría hacerle daño y suspiré.
-Te amo, estaré aquí el tiempo que haga falta, hasta que despiertes, te lo juro.
Una mano acarició, de forma torpe, mi cabello repetidas veces.
Giré la cabeza y los ojos se me llenaron de lágrimas antes de inclinarme un poco para besar sus labios una vez más.